AMORES COMPARTIDOS. La experiencia directa de la custodia compartida.
Por primera vez, un testimonio real y meditado se abre paso entre el marasmo de información, leyes, sentencias, manuales e informes psicológicos que se han publicado sobre esta forma de custodia.
Amores Compartidos es un libro escrito con el corazón y que habla mirando directamente a los ojos del lector, en un intento sincero de que el Amor, la Buena Voluntad, la Responsabilidad y la Justicia predominen por encima del dolor en los difíciles momentos de la separación.
Custodia compartida: Los hijos no se reparten, se comparten.
Después de un divorcio se reparten los bienes materiales, el dinero, la casa o los platos de la vajilla, pero los hijos no. Se comparte su cuidado y el amor que les profesamos. No son “cosas”. Y no son de nadie. Les traemos al mundo para amarles, cuidarles y enseñarles a volar solos. Y para ese proceso de maduración, para su desarrollo íntegro como personas, necesitan por igual de la presencia materna y de la paterna. Hombres y mujeres somos iguales en derechos y deberes, pero aportamos distintas sensibilidades a los hijos, que nos necesitan a los dos.
Custodia compartida: Un DERECHO de los hijos.
Convivir por igual con la madre y el padre es, ante todo, un derecho de los niños. Y es, además, un derecho y un deber de los padres atenderles como merecen en todas las facetas de la vida. La custodia compartida da la oportunidad de atender a ese derecho de los hijos, y a desarrollar adecuadamente nuestra maternidad y nuestra paternidad.
Custodia compartida preferente: un ejercicio de sentido común.
Cuando nace un niño, su guarda y custodia es ejercida automáticamente por ambos progenitores. Las desavenencias de pareja, la separación y el divorcio no deben modificar esa situación. Ambos padres deben seguir siendo corresponsables de sus hijos. No hay razón para que se otorgue la custodia monoparental en el altísimo número de casos en que se otorga, privando a uno de los progenitores de sus derechos y deberes, perpetuando las desigualdades entre sexos y, ante todo, rompiendo vínculos de los hijos con uno de sus progenitores, con todo el daño psicológico que esto acarrea.
La custodia compartida debe ser la opción preferente, conservando la custodia monoparental para aquellos casos excepcionales en que el bien del menor requiera que no se lleve a cabo la custodia compartida. Y esos casos, como he dicho, son excepcionales y no la mayoría. Pero hoy en día un 90% de las custodias se siguen otorgando en exclusividad a las madres.
La mediación familiar: la ayuda imprescindible.
La mediación familiar es el mejor instrumento del que disponemos cuando no sabemos qué hacer, no sabemos cómo hacerlo o no nos ponemos de acuerdo en alguna de las muchas cuestiones que surgen tras un divorcio.
La mediación familiar, además, puede llegar a encontrar una solución a nuestros problemas de pareja y salvar de la disolución a un matrimonio que atraviesa una grave crisis.
Si no esto no fuera posible, la mediación familiar nos ayudará a encontrar el camino más adecuado para salvaguardar el bienestar de nuestros hijos y el nuestro propio en
el proceso de divorcio, atendiendo a nuestro estado emocional y a nuestras necesidades prácticas. Ante todo, la mediación familiar fomenta el diálogo y disminuye el enfrentamiento.
La mediación nos hace ver que, si bien ninguna de las opciones es fácil en el momento del divorcio, la custodia compartida es la posibilidad más adecuada y perfectamente posible si se trabaja desde el respeto, el diálogo, la generosidad y el amor.
“Los niños-maleta”: un tópico falso.
La custodia compartida no convierte a nuestros hijos en “niños–maleta”. Cuando la custodia compartida se organiza bien, los niños no “arrastran sus posesiones de casa en casa” como he podido leer en alguna publicación. Viven en la casa de su madre o en la de su padre (que también son suyas) con toda naturalidad, sabiendo que tienen dos hogares a su disposición donde se les acoge con el mismo amor y pueden tener cubiertas sus necesidades. A los niños les importa mucho menos el lugar donde viven que las personas que componen ese hogar. Y para ellos poder compartir tiempo real y prolongado con sus dos progenitores es el mayor regalo que pueden recibir.
Padre en el paro separado de sus hijos: cuando el dinero pesa más que el sentido común.
Hace pocas semanas se dictó sentencia en contra de un padre separado, privándole de la custodia compartida de su hijo por el hecho de haberse quedado en el paro.
Hoy por hoy, si todos los padres y todas las madres que en los últimos tiempos se han quedado sin trabajo tuvieran que ser separados de sus hijos, los servicios sociales no tendrían capacidad de acoger a tantos niños cuyos padres están pasando por una situación económica complicada.
Si fomentamos que los bienes materiales, la capacidad económica, el dinero del que cada uno disponga sean los criterios para separar o no a un hijo de su padre o de su madre, estamos tomando el camino equivocado. La relación entre padres e hijos está muy por encima de cualquier cuestión económica. Y al igual que lo hubiéramos hecho estando casados, en las épocas de crisis debemos permanecer al lado de nuestros hijos. Y quizá sea el momento de educarles de una forma menos materialista a la que estamos acostumbrados en este “primer mundo”. Que ningún juez nos quite esa
oportunidad.
La casa del menor: la peor de las opciones.
Este mismo mes de mayo de 2011 hemos tenido noticia en los medios de comunicación de la sentencia de un juez de Sevilla que impone una forma de aplicación de la custodia compartida que quizá es la peor opción entre las muchas posibles. Es la llamada “casa del menor”, en la que los niños permanecen en la casa familiar y los padres viven allí por turnos para atenderles. En esta ocasión, además, esos periodos temporales eran excesivamente prolongados: tres meses.
La fórmula de la casa del menor es la que, aparentemente, produce menos cambios en la vida de los niños. Pero es una apariencia superficial que nada tiene que ver con la profunda revolución interior que supone el divorcio para los menores. La opción de la casa del menor dificulta enormemente que los niños asuman lo que supone la separación de sus padres. Los padres se convierten en cuidadores por turnos, y no hacen partícipes a los niños de la nueva vida que han comenzado en otra casa, en otras circunstancias, de otra manera. Los niños no están presentes en nuestras vidas, en nuestras nuevas y verdaderas vidas. Y los niños quieren participar de todo ello. En “la casa del menor” se sienten excluidos de lo que sus padres les pueden ofrecer en este periodo vital que comienza tras un divorcio.
Lo único que no cambia para los niños es la casa donde viven pero eso es salvaguardar algo superficial y no llegar al fondo de la cuestión. Los padres deben “separarse del todo”, y los hijos deben pasar su periodo de duelo y superar la separación de sus padres. Pero para poder superarla deben primero poder asumirla. Y la “casa del menor” no les ayuda en absoluto. Además, incluso fomenta en ellos falsas esperanzas de reconciliación entre sus padres.
Por otra parte, es una fórmula que desestabiliza emocionalmente a los padres, y si los padres no están bien, los hijos tampoco.
Y, por último, desde el punto de vista económico es inviable. Se deben mantener tres casas, lo cual solo es posible en el caso de rentas muy altas.
En la sentencia mencionada, observo otro error que tiene repercusiones muy negativas en los niños. La custodia compartida debe tener alternancias de cortos periodos de tiempo (nunca 3 meses, como en este caso) salvo que circunstancias muy especiales e inevitables así lo requieran. La alternancia más adecuada es la semanal, por ser la semana un ciclo completo en la vida de los niños. También es adecuada la quincenal, según los hijos cumplen años. Cuanto menor es un niño menos tiempo
debe pasar sin ver al otro progenitor. Todo ello se recoge detalladamente en este libro.
Custodia compartida: más allá de un acuerdo.
¿Por qué ha de ser necesario un acuerdo previo entre los progenitores para aplicar una custodia compartida y no lo es para otorgar una custodia monoparental? Más que un convenio regulador o un acuerdo previo, lo que la custodia compartida necesita es buena voluntad, mucho amor, responsabilidad, generosidad, madurez y sentido común. Con estos ingredientes no es necesario un acuerdo previo para otorgarla. Llegaremos a ese acuerdo sin que ningún juez deba intervenir, porque estaremos ejerciendo de padres responsables y que aman a sus hijos, por encima de nuestros problemas de adultos que deben afectarles lo menos posible.
Custodia compartida: Un camino para la igualdad y el cambio social y personal.
Aunque uno de los dos miembros de la pareja no se haya ocupado como debía del cuidado de los niños durante el matrimonio, esta no es una razón para no aplicar una custodia compartida. Será a partir de entonces cuando ese hombre o esa mujer empezarán a asumir sus responsabilidades y deberes y, a la vez, descubrirán el privilegio que supone ser padre o madre.
La custodia monoparental perpetúa la situación profundamente machista que hace recaer sobre la mujer toda la responsabilidad y todas las tareas relacionadas con los hijos. La custodia compartida no solo impulsa un cambio social importante; también da a nuestros hijos un ejemplo de equilibrio, justicia, responsabilidad y amor. Y produce un cambio personal positivo en madres, padres y en los propios niños que asumirán el golpe del divorcio de sus padres con mayor facilidad que en aquellos casos en los que un progenitor prácticamente desaparece. La custodia compartida acaba con la sensación de abandono, estrecha los lazos entre padres e hijos y es el ámbito en el que mejor y más rápido se rehacen los menores tras el divorcio.
El cuidado de los hijos no es una tarea doméstica: es una forma de amar.
El debate en torno a la custodia compartida parece convertirse en un asunto de reparto, si no ya de bienes, si de tareas. Y perdemos el norte al confundir la maternidad y la paternidad con una de las muchas tareas que llevamos a cabo a lo largo del día. Ser padres es mucho más, es una forma de amar. Y una madre quiere a su hijo como solo ella puede hacerlo. Y un padre quiere a su hijo como solo él puede hacerlo. Por ello, el niño necesita a los dos, en una situación de igualdad; necesita convivir con ambos, conocerles, reconocerse en ellos y recibir su amor.
Custodia compartida: custodia preferente, aplicación flexible.
La custodia compartida no debe caer en la interpretación simplista de ser un mero reparto de tiempos. La custodia compartida es asumir la corresponsabilidad en el cuidado y atención a los hijos, de forma igualitaria entre madres y padres, independientemente del tiempo que pasen con cada uno, hasta alcanzar el justo cincuenta por ciento de tiempo de convivencia con cada progenitor.
“Amores compartidos” defiende la custodia compartida como preferente en los procesos de separación y divorcio, sin caer en el radicalismo. La custodia compartida necesita flexibilidad en su aplicación práctica, atendiendo al bienestar de los menores y teniendo en cuenta su edad a la hora de distribuir periodos temporales.
Los niños no se divorcian: los abuelos tampoco.
Es una frase muy repetida: los niños no se divorcian. Se divorcian los padres, y estos deben hacer un gran esfuerzo para que sus hijos asuman la situación con el menor sufrimiento posible y mantengan el contacto con ambos progenitores de la forma más intensa posible. La custodia compartida facilita este proceso y acaba con la sensación de abandono.
Pero además, hoy en día existen incluso asociaciones de “abuelos separados de los nietos”. La custodia monoparental dificulta que se mantengan vínculos estrechos con la familia extensa del progenitor no custodio. Si ese mismo progenitor solo puede ver a sus hijos cuatro días al mes, los abuelos, tíos, primos, amigos íntimos, etc, (lo que en
mi libro llamo “la tribu”), ven como se van alejando de esos niños si poder hacer nada para evitarlo.
La familia extensa es un apoyo fundamental para los niños tras el divorcio, al igual que lo es para los padres. Y también tienen sus derechos y sus deberes. El divorcio no debe romper vínculos tan especiales como los que se forman entre abuelos y nietos, primos de la misma generación, tíos y sobrinos etc. La custodia compartida es la forma de custodia que hace posible que esto no suceda.
Silvia Laforet Dorda (Madrid, 5 de diciembre de 1969) cursó estudios de Historia en la Universidad Complutense de Madrid. Es madre de dos hijos y desarrolla su actividad profesional en el Ministerio de Cultura.
En el ámbito literario ha recibido diversos premios de relato corto, como el Premio Carmen Conde de Relato, y ha sido finalista en el Premio Ana María Matute publicado por la editorial Torremozas. Ha escrito varios artículos y colaborado en programas de radio (como Radio Canarias, Radio San Boi de Cataluña, en la cadena Cope e Intereconomía, entre otros). Ha participado en el programa “Las noches Blancas” de Telemadrid y en diversos eventos culturales, mesas redondas y presentaciones y ferias literarias en distintos lugares de la geografía española.
Es coautora del ensayo “El Buen Adiós: cómo mirar serenamente al final de la vida” (Editorial Espasa, 2009) y del libro “Con la vida en los talones: historias de coraje y superación” (Editorial Espasa, 2010).
En la actualidad, ultima la escritura de una novela.
http://www.infovaediciones.es/
Por primera vez, un testimonio real y meditado se abre paso entre el marasmo de información, leyes, sentencias, manuales e informes psicológicos que se han publicado sobre esta forma de custodia.
Amores Compartidos es un libro escrito con el corazón y que habla mirando directamente a los ojos del lector, en un intento sincero de que el Amor, la Buena Voluntad, la Responsabilidad y la Justicia predominen por encima del dolor en los difíciles momentos de la separación.
Custodia compartida: Los hijos no se reparten, se comparten.
Después de un divorcio se reparten los bienes materiales, el dinero, la casa o los platos de la vajilla, pero los hijos no. Se comparte su cuidado y el amor que les profesamos. No son “cosas”. Y no son de nadie. Les traemos al mundo para amarles, cuidarles y enseñarles a volar solos. Y para ese proceso de maduración, para su desarrollo íntegro como personas, necesitan por igual de la presencia materna y de la paterna. Hombres y mujeres somos iguales en derechos y deberes, pero aportamos distintas sensibilidades a los hijos, que nos necesitan a los dos.
Custodia compartida: Un DERECHO de los hijos.
Convivir por igual con la madre y el padre es, ante todo, un derecho de los niños. Y es, además, un derecho y un deber de los padres atenderles como merecen en todas las facetas de la vida. La custodia compartida da la oportunidad de atender a ese derecho de los hijos, y a desarrollar adecuadamente nuestra maternidad y nuestra paternidad.
Custodia compartida preferente: un ejercicio de sentido común.
Cuando nace un niño, su guarda y custodia es ejercida automáticamente por ambos progenitores. Las desavenencias de pareja, la separación y el divorcio no deben modificar esa situación. Ambos padres deben seguir siendo corresponsables de sus hijos. No hay razón para que se otorgue la custodia monoparental en el altísimo número de casos en que se otorga, privando a uno de los progenitores de sus derechos y deberes, perpetuando las desigualdades entre sexos y, ante todo, rompiendo vínculos de los hijos con uno de sus progenitores, con todo el daño psicológico que esto acarrea.
La custodia compartida debe ser la opción preferente, conservando la custodia monoparental para aquellos casos excepcionales en que el bien del menor requiera que no se lleve a cabo la custodia compartida. Y esos casos, como he dicho, son excepcionales y no la mayoría. Pero hoy en día un 90% de las custodias se siguen otorgando en exclusividad a las madres.
La mediación familiar: la ayuda imprescindible.
La mediación familiar es el mejor instrumento del que disponemos cuando no sabemos qué hacer, no sabemos cómo hacerlo o no nos ponemos de acuerdo en alguna de las muchas cuestiones que surgen tras un divorcio.
La mediación familiar, además, puede llegar a encontrar una solución a nuestros problemas de pareja y salvar de la disolución a un matrimonio que atraviesa una grave crisis.
Si no esto no fuera posible, la mediación familiar nos ayudará a encontrar el camino más adecuado para salvaguardar el bienestar de nuestros hijos y el nuestro propio en
el proceso de divorcio, atendiendo a nuestro estado emocional y a nuestras necesidades prácticas. Ante todo, la mediación familiar fomenta el diálogo y disminuye el enfrentamiento.
La mediación nos hace ver que, si bien ninguna de las opciones es fácil en el momento del divorcio, la custodia compartida es la posibilidad más adecuada y perfectamente posible si se trabaja desde el respeto, el diálogo, la generosidad y el amor.
“Los niños-maleta”: un tópico falso.
La custodia compartida no convierte a nuestros hijos en “niños–maleta”. Cuando la custodia compartida se organiza bien, los niños no “arrastran sus posesiones de casa en casa” como he podido leer en alguna publicación. Viven en la casa de su madre o en la de su padre (que también son suyas) con toda naturalidad, sabiendo que tienen dos hogares a su disposición donde se les acoge con el mismo amor y pueden tener cubiertas sus necesidades. A los niños les importa mucho menos el lugar donde viven que las personas que componen ese hogar. Y para ellos poder compartir tiempo real y prolongado con sus dos progenitores es el mayor regalo que pueden recibir.
Padre en el paro separado de sus hijos: cuando el dinero pesa más que el sentido común.
Hace pocas semanas se dictó sentencia en contra de un padre separado, privándole de la custodia compartida de su hijo por el hecho de haberse quedado en el paro.
Hoy por hoy, si todos los padres y todas las madres que en los últimos tiempos se han quedado sin trabajo tuvieran que ser separados de sus hijos, los servicios sociales no tendrían capacidad de acoger a tantos niños cuyos padres están pasando por una situación económica complicada.
Si fomentamos que los bienes materiales, la capacidad económica, el dinero del que cada uno disponga sean los criterios para separar o no a un hijo de su padre o de su madre, estamos tomando el camino equivocado. La relación entre padres e hijos está muy por encima de cualquier cuestión económica. Y al igual que lo hubiéramos hecho estando casados, en las épocas de crisis debemos permanecer al lado de nuestros hijos. Y quizá sea el momento de educarles de una forma menos materialista a la que estamos acostumbrados en este “primer mundo”. Que ningún juez nos quite esa
oportunidad.
La casa del menor: la peor de las opciones.
Este mismo mes de mayo de 2011 hemos tenido noticia en los medios de comunicación de la sentencia de un juez de Sevilla que impone una forma de aplicación de la custodia compartida que quizá es la peor opción entre las muchas posibles. Es la llamada “casa del menor”, en la que los niños permanecen en la casa familiar y los padres viven allí por turnos para atenderles. En esta ocasión, además, esos periodos temporales eran excesivamente prolongados: tres meses.
La fórmula de la casa del menor es la que, aparentemente, produce menos cambios en la vida de los niños. Pero es una apariencia superficial que nada tiene que ver con la profunda revolución interior que supone el divorcio para los menores. La opción de la casa del menor dificulta enormemente que los niños asuman lo que supone la separación de sus padres. Los padres se convierten en cuidadores por turnos, y no hacen partícipes a los niños de la nueva vida que han comenzado en otra casa, en otras circunstancias, de otra manera. Los niños no están presentes en nuestras vidas, en nuestras nuevas y verdaderas vidas. Y los niños quieren participar de todo ello. En “la casa del menor” se sienten excluidos de lo que sus padres les pueden ofrecer en este periodo vital que comienza tras un divorcio.
Lo único que no cambia para los niños es la casa donde viven pero eso es salvaguardar algo superficial y no llegar al fondo de la cuestión. Los padres deben “separarse del todo”, y los hijos deben pasar su periodo de duelo y superar la separación de sus padres. Pero para poder superarla deben primero poder asumirla. Y la “casa del menor” no les ayuda en absoluto. Además, incluso fomenta en ellos falsas esperanzas de reconciliación entre sus padres.
Por otra parte, es una fórmula que desestabiliza emocionalmente a los padres, y si los padres no están bien, los hijos tampoco.
Y, por último, desde el punto de vista económico es inviable. Se deben mantener tres casas, lo cual solo es posible en el caso de rentas muy altas.
En la sentencia mencionada, observo otro error que tiene repercusiones muy negativas en los niños. La custodia compartida debe tener alternancias de cortos periodos de tiempo (nunca 3 meses, como en este caso) salvo que circunstancias muy especiales e inevitables así lo requieran. La alternancia más adecuada es la semanal, por ser la semana un ciclo completo en la vida de los niños. También es adecuada la quincenal, según los hijos cumplen años. Cuanto menor es un niño menos tiempo
debe pasar sin ver al otro progenitor. Todo ello se recoge detalladamente en este libro.
Custodia compartida: más allá de un acuerdo.
¿Por qué ha de ser necesario un acuerdo previo entre los progenitores para aplicar una custodia compartida y no lo es para otorgar una custodia monoparental? Más que un convenio regulador o un acuerdo previo, lo que la custodia compartida necesita es buena voluntad, mucho amor, responsabilidad, generosidad, madurez y sentido común. Con estos ingredientes no es necesario un acuerdo previo para otorgarla. Llegaremos a ese acuerdo sin que ningún juez deba intervenir, porque estaremos ejerciendo de padres responsables y que aman a sus hijos, por encima de nuestros problemas de adultos que deben afectarles lo menos posible.
Custodia compartida: Un camino para la igualdad y el cambio social y personal.
Aunque uno de los dos miembros de la pareja no se haya ocupado como debía del cuidado de los niños durante el matrimonio, esta no es una razón para no aplicar una custodia compartida. Será a partir de entonces cuando ese hombre o esa mujer empezarán a asumir sus responsabilidades y deberes y, a la vez, descubrirán el privilegio que supone ser padre o madre.
La custodia monoparental perpetúa la situación profundamente machista que hace recaer sobre la mujer toda la responsabilidad y todas las tareas relacionadas con los hijos. La custodia compartida no solo impulsa un cambio social importante; también da a nuestros hijos un ejemplo de equilibrio, justicia, responsabilidad y amor. Y produce un cambio personal positivo en madres, padres y en los propios niños que asumirán el golpe del divorcio de sus padres con mayor facilidad que en aquellos casos en los que un progenitor prácticamente desaparece. La custodia compartida acaba con la sensación de abandono, estrecha los lazos entre padres e hijos y es el ámbito en el que mejor y más rápido se rehacen los menores tras el divorcio.
El cuidado de los hijos no es una tarea doméstica: es una forma de amar.
El debate en torno a la custodia compartida parece convertirse en un asunto de reparto, si no ya de bienes, si de tareas. Y perdemos el norte al confundir la maternidad y la paternidad con una de las muchas tareas que llevamos a cabo a lo largo del día. Ser padres es mucho más, es una forma de amar. Y una madre quiere a su hijo como solo ella puede hacerlo. Y un padre quiere a su hijo como solo él puede hacerlo. Por ello, el niño necesita a los dos, en una situación de igualdad; necesita convivir con ambos, conocerles, reconocerse en ellos y recibir su amor.
Custodia compartida: custodia preferente, aplicación flexible.
La custodia compartida no debe caer en la interpretación simplista de ser un mero reparto de tiempos. La custodia compartida es asumir la corresponsabilidad en el cuidado y atención a los hijos, de forma igualitaria entre madres y padres, independientemente del tiempo que pasen con cada uno, hasta alcanzar el justo cincuenta por ciento de tiempo de convivencia con cada progenitor.
“Amores compartidos” defiende la custodia compartida como preferente en los procesos de separación y divorcio, sin caer en el radicalismo. La custodia compartida necesita flexibilidad en su aplicación práctica, atendiendo al bienestar de los menores y teniendo en cuenta su edad a la hora de distribuir periodos temporales.
Los niños no se divorcian: los abuelos tampoco.
Es una frase muy repetida: los niños no se divorcian. Se divorcian los padres, y estos deben hacer un gran esfuerzo para que sus hijos asuman la situación con el menor sufrimiento posible y mantengan el contacto con ambos progenitores de la forma más intensa posible. La custodia compartida facilita este proceso y acaba con la sensación de abandono.
Pero además, hoy en día existen incluso asociaciones de “abuelos separados de los nietos”. La custodia monoparental dificulta que se mantengan vínculos estrechos con la familia extensa del progenitor no custodio. Si ese mismo progenitor solo puede ver a sus hijos cuatro días al mes, los abuelos, tíos, primos, amigos íntimos, etc, (lo que en
mi libro llamo “la tribu”), ven como se van alejando de esos niños si poder hacer nada para evitarlo.
La familia extensa es un apoyo fundamental para los niños tras el divorcio, al igual que lo es para los padres. Y también tienen sus derechos y sus deberes. El divorcio no debe romper vínculos tan especiales como los que se forman entre abuelos y nietos, primos de la misma generación, tíos y sobrinos etc. La custodia compartida es la forma de custodia que hace posible que esto no suceda.
Silvia Laforet Dorda (Madrid, 5 de diciembre de 1969) cursó estudios de Historia en la Universidad Complutense de Madrid. Es madre de dos hijos y desarrolla su actividad profesional en el Ministerio de Cultura.
En el ámbito literario ha recibido diversos premios de relato corto, como el Premio Carmen Conde de Relato, y ha sido finalista en el Premio Ana María Matute publicado por la editorial Torremozas. Ha escrito varios artículos y colaborado en programas de radio (como Radio Canarias, Radio San Boi de Cataluña, en la cadena Cope e Intereconomía, entre otros). Ha participado en el programa “Las noches Blancas” de Telemadrid y en diversos eventos culturales, mesas redondas y presentaciones y ferias literarias en distintos lugares de la geografía española.
Es coautora del ensayo “El Buen Adiós: cómo mirar serenamente al final de la vida” (Editorial Espasa, 2009) y del libro “Con la vida en los talones: historias de coraje y superación” (Editorial Espasa, 2010).
En la actualidad, ultima la escritura de una novela.
http://www.infovaediciones.es/
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