xabier onaindia | pediatra
Compartir la custodia, sin duda
El autor «aplaude» el hecho de que se
discuta y se argumente públicamente el tema de la custodia. Y presenta
su posición favorable a la custodia compartida, aunque reconozca que «no
es la panacea ni sirve para todos los casos». Considera engañosas las
cifras de separaciones y divorcios de mutuo acuerdo que son utilizadas
para minimizar el problema que presenta el hecho de que, en caso de
desacuerdo, casi la totalidad de las sentencias dictan custodia
monoparental y en un 90% esta recae en la madre. Son tan desfavorables a
los padres, dice, que no les queda más remedio que llegar a un acuerdo
por aquello de «mejor una mala paz que una buena guerra». Concluye
defendiendo que «lo sustancial no es el cómo sino el qué, y lo
determinante compartir».
He seguido con interés los artículos que en relación
a la custodia se han publicado, bien porque en Sortu hay un debate o
porque se presenta una propuesta en el Parlamento de Gasteiz y, aunque
no soy orgánicamente de Sortu, me parece que hay que aplaudir el que se
discuta y se argumente públicamente.
El hecho de ser pediatra no confiere ninguna autoridad moral ni
intelectual, pero sí posibilita un punto de vista distinto al de algún
colectivo de padres separados, que parecen haber descubierto las
ventajas de compartir la crianza cuando esta ha quedado mayoritariamente
en manos de las madres (son ellas las que en general acuden a las
consultas con sus hijas), y al de algún colectivo feminista que lucha
para que la crianza sea compartida en igualdad, pero solo hasta la
separación de la pareja; cuando esta se produce, ya no se debe
compartir, afirman, sino que la custodia debe recaer sistemáticamente en
la madre y excepcionalmente compartirse.
Ante estos argumentos de parte que defienden a uno u
otra de los adultos, creo que lo que hay que proteger por encima de
todo, prioritariamente, es al niño al que hay que garantizar sus
derechos, favorecer su desarrollo y ayudarle a ser feliz. Los adultos
tienen mejores recursos psicológicos y económicos para salir adelante,
pero los niños son más vulnerables y sufren más en la guerra que se
desata. Son utilizados muchas veces como arma arrojadiza para calmar los
deseos de venganza u obtener una posición de ventaja frente al otro
cónyuge, y esta utilización les causa dolor cuando lo que quieren, en
general, es tener un padre y una madre como la mayoría de sus
compañeros.
Hay separaciones que son un bálsamo para los hijos e hijas, ante una
situación insostenible y traumática, pero aunque los niños son muy
plásticos y se adaptan mejor de lo que esperamos, en las consultas
encontramos que entre ellos aumenta el fracaso escolar, disminuye la
autoestima, tienen más dificultades en las relaciones sociales. A veces
se manifiesta como depresión,
ansiedad, miedo al abandono y sensación de culpa, de que lo que está
pasando es por su culpa. Otros tienen problemas de conducta con el
agravante de que todo ello, según Wallerstein, no es transitorio, sino
de por vida.
Si hacemos una radiografía en blanco y negro,
veremos que son más de 100.000 niños al año los afectados en el Estado y
que en 2006, el 52% de las separaciones y el 65% de los divorcios
fueron de mutuo acuerdo, y en estos casos el juez no hace sino ratificar
ese acuerdo. Algunos colectivos utilizan esas cifras para minimizar el
problema, pues solo una minoría de parejas acaban en contencioso, pero
estas cifras son muy engañosas, porque cuando hay desacuerdo sucede que
en 2011 el 97% se sentenció custodia monoparental y más del 90% de la
custodia recayó en la madre. Por ello digo que son engañosas, porque las
sentencias son tan desfavorables para los padres que no queda más
remedio que llegar a un acuerdo por aquello de «mejor una mala paz que
una buena guerra».
La radiografía familiar nos muestra una madre empobrecida que queda
en el domicilio conyugal si lo hubiere, con la custodia de los hijos y/o
hijas -muchas veces sin recibir la pensión asignada-, y un padre
empobrecido, sin casa, con un régimen de visitas de cada dos fines de
semana, que no quiere o no puede pagar la pensión que le han impuesto;
verdadero drama para ambos, pero el que queda con la custodia puede, al
menos, decidir el lugar de residencia y el tipo de educación de sus
hijos y/o hijas, controlar sus actividades, influir en su alimentación y
tipo de amistades, es decir, «estar con ellos, cuidarlos, protegerlos,
alimentarlos...», todo lo que es básico en la vida de un niño. El que
queda sin custodia pasa a ser un espectador que muchas veces acaba por
perder el cariño y el contacto con ellos o, víctima del Síndrome de
Alienación Parental (no reconocido por algunas escuelas de psiquiatría),
sufre una denigración que le conduce al rechazo y destruye los vínculos
con sus hijos.En los países del norte de Europa, con otra cultura y donde las separaciones son habituales desde hace muchos años, esta discusión está superada y aplican sistemáticamente la custodia compartida en la que ambos progenitores se reparten al 50% tanto el tiempo de disfrute con los hijos como los gastos. Es en países como Italia o España donde la absoluta mayoría de sentencias son favorables a la custodia monoparental.
Además, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos y otros organismos internacionales, han dictaminado que la custodia compartida debe ser la norma y, por otro lado, aunque es conocida la escasa autoridad ética y jurídica del Tribunal Supremo español, en reciente sentencia de abril de 2013 afirma que es «la mejor solución para los menores».
Los estudios y las estadísticas, sirven tanto para probar una hipótesis como su contraria, pero hay estudios con una correcta metodología, doble ciego, con una muestra aleatoria amplia y con seguimiento de años, los cuales concluyen en su mayoría que compartir la custodia es ventajoso. Para Bauserman (2002), los niños están mejor adaptados, y para Kelly (2000) están más satisfechos y se desarrollan mejor. Los críticos resaltan los inconvenientes del continuo cambio de domicilio (el niño maleta) o que exige mayor entendimiento entre padres, que es precisamente lo que les falta, pero los favorables responden que no sólo están mejor adaptados, sino que su autoestima es mayor, disminuye su miedo al abandono, tienen mejor relación con ambos progenitores e incluso las madres están más satisfechas.
La custodia compartida no es la panacea, no sirve
para todos los casos. Puede -y de hecho los hay- padres maltratadores o
irresponsables y madres enfermas psiquiátricas, y en estos casos no hay
duda de que no deben acceder a la guarda. La casuística es amplia.
Además, se puede compartir con distintas variantes (un domicilio o dos,
compartir el tiempo a diario o uno cada semana o quincena, un único
domicilio pero con un régimen de visitas libre...), lo sustancial no es
el cómo sino el qué. Lo determinante es compartir.
El ser humano es poliédrico y las parejas mucho más. Cada una es un
mundo. Hay que huir de fórmulas universales o de la llamada custodia
compartida impuesta, pero hay que defender, sin duda, que en los
desacuerdos la custodia compartida es la mejor alternativa, la
preferente, y la monoparental, para las excepciones.
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